lunes, 4 de abril de 2011

Despedida del Oratorio

Todos los meses se celebra en el oratorio el Ejercicio de la Buena Muerte. Un acto sencillo, pero muy práctico en la vida cristiana. Los muchachos de Don Bosco lo hacían con fervor sin igual.
Domingo, en el último mes que pasó en el oratorio, cuando ya Don Bosco había decidido enviarlo a su casa, hizo de este Ejercicio una verdadera preparación para una Buena Muerte.
Partió para su casa el domingo lº de marzo de 1857, por la tarde. Vino el padre a buscarlo. Empleó la mañana en arreglar sus cosas y en despedirse uno por uno de todos sus compañeros.
Al momento de partir dijo a Don Bosco:
-Ya que usted no quiere que yo deje mis huesos aquí, tendré que llevármelos a Mondonio. La molestia en Valdocco sería por poco tiempo... porque esto habría terminado rápido. Sin embargo, hágase la voluntad de Dios. Recuerde, si va a Roma, no se olvide del recado para el Papa referente a Inglaterra.
Ruegue para que yo tenga una buena muerte. Nos volveremos a ver en el cielo.
Domingo tenía fuertemente agarrada la mano de Don Bosco y estaba emocionado. El momento era conmovedor. De repente se vuelve hacia sus compañeros que lo habían acompañado hasta la puerta y alza las manos:
-Adiós, a todos! nos veremos de nuevo allá, en la casa de la felicidad, en el Paraíso...!
Y de nuevo le dice a Don Bosco:
-¡Déjeme algún recuerdo!
Dime lo que quieras, que te lo doy enseguida, le respondió Don Bosco- ¿quieres un libro?
-No, -responde Domingo-, deme algo mejor.
-¿Quieres dinero para el viaje?
-Eso precisamente, dinero para mi viaje... pero para el viaje a la eternidad.
Domingo quería una oración especial.
Don Bosco entregó a Domingo un pequeño crucifijo, de los que había traído de Roma con la bendición del Papa Pío IX y la indulgencia "in articulo mortis" (en punto de muerte).
La tristeza invadió el corazón de domingo. Sabía él que sus días estaban contados y hubiera querido morir allí, en el oratorio, acompañado por Don Bosco y por sus compañeros.
Don Francesa dijo una tarde: "Sé que Domingo al partir del oratorio se fue persuadido de que iba a morir pronto. El no acostumbraba venir a despedirse de mí las otras veces que iba a su casa. Esta vez, en cambio, vino corriendo a saludarme, como uno que se despide para siempre".

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